Hace 6 años
lunes, 22 de junio de 2009
Queridas amigas y amigos yo no soy "meninfot" y también estoy muy harta
¿De qué sirve estar harto?
Una vez pasadas las elecciones europeas, de nuevo comprobamos la desolación moral e intelectual del paisaje humano que nos toca compartir en esta hora y en esta tierra. A la estulticia e indignidad de la formación ultraconservadora que domina los comicios valencianos desde tiempo inmemorial se une la fe ciega y la obediencia gregaria de una buena parte del electorado (del que va a votar, claro está) y la disgregación suicida del centroizquierda y de la izquierda sociopolíticas. Todo ello tiene sus causas, complejas, que otros sabrán indagar, pero que creo que hunden sus raíces en un pueblo autocomplaciente, ‘meninfot’ y ‘panxacontenta’, del cual acaban siendo un reflejo las instituciones políticas que dicen representarlo. Las escasísimas figuras de la izquierda que han podido destacar excepcionalmente por un análisis más fino de la realidad y por unas propuestas coherentes, poco o nada conocidas públicamente, no se animan a encabezar o a nuclear nuevas formaciones políticas, asumiendo –ellas también– el desencanto generalizado entre la parroquia progresista, ayuna hoy por hoy de la más mínima ilusión colectiva.
Enmarcada en el avance conservador que se verifica en Europa (atención al crecimiento de las candidaturas ultras y xenófobas), tiene especial gravedad la deriva que se experimenta en España y cuyo paradigma sufrimos en Madrid y en Valencia. En nuestro caso llama poderosamente la atención el comportamiento berlusconiano de las masas adictas al PP, montando circos ambulantes y muestras de adhesión inquebrantable al presidente Camps (imputado por recibir regalos a cambio de favores económicos desde su posición de poder) y acudiendo a votar masivamente, en un ejercicio impropio de los herederos de un franquismo que veía en la democracia el peor de los peligros. Ya en ocasiones anteriores pudimos comprobar cómo otros representantes de la ‘alta’ política manipulaban los resultados electorales según su código ético particular: Fabra se autoabsolvió de los delitos que se le imputaban (que se le siguen imputando), González Pons dijo que el accidente de Metro de Valencia estaba resuelto políticamente, Barberá aduce un día sí y al otro también que su enloquecida agresión al Cabanyal está justificada por el apoyo obtenido en las urnas. Ahora se pide la absolución de Camps. Y de nuevo, ni los líderes, ni las manadas borreguiles que les siguen adonde aquellos quieran, son capaces de discernir que sólo merece la absolución quien ha pecado, lo cual nos lleva de modo ineludible a reflexionar por qué estos católicos a ultranza solicitan la absolución en la calle cuando tendrían que hacerlo en el confesionario, que es el lugar natural para ello, según nos contaba su amado catecismo.
Más para el asombro en estos días: Rajoy se queja porque tiene que hablar del avión Falcon de Zapatero debido a que los socialistas habían introducido el tema en la campaña (cuando fue el propio PP el que originó la polémica, pensando en el posible rédito electoral), Mayor confirma que al PP le parece peor el aborto que los abusos pederastas (barriendo para la pía casa), Barberá denuncia que le obligan a tomar una píldora que odia (quizás no sepa que la ley no obliga a ninguna chica a tomarla, como no obliga a las de 16 años a abortar sin decírselo a sus padres), Rus grita un delirante “¡Arriba España!” (¡eso sí que es un ejercicio de nostalgia!)… Ni el control absoluto de RTVV ni la adscripción ideológica de una mayoría de medios informativos justifican –aunque ayudan mucho– el comportamiento de la población, que insiste en bendecir la corrupción de la derecha mientras crucifica el menor desliz de otras opciones (la cocina de Pla, una minucia si se compara con los trajes del Consell, o la pifia garrafal de Soler en Elx, con sus movidas políticas asociadas…).
Ante este panorama vivido y el que presumiblemente viviremos en un futuro de extensión todavía por determinar, ¿de qué sirve estar harto? Alguien dirá que lo mejor para nuestra salud mental podría ser aceptar estas realidades que nos circundan y nos absorben, asumirlas de una vez por todas y seguir funcionando en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestros círculos relacionales, sin dejarnos atribular por ellas.
Pero me niego a ello. Y vuelvo a proclamarlo: estar harto, y manifestarlo, es mi manera de mantener la dignidad, de defenderme y de sentirme entero y vivo en medio de una inmensa tropa de zombies que camina hacia el precipicio, corruptos in pectore, incapaces de analizar los hechos que suceden en sus mismas narices, dispuestos a toque de pito a plañir su victimismo (confabulaciones y contubernios varios: Europa, Catalunya, los ‘radicales’…) o, ya en la otra orilla, embarcados en disputas fratricidas a cuenta de galgos y podencos o sobre quién sale o no en la foto.
Pasqual Requena
València, 8 de juny de 2009
http://arqr.blogspot.com
http://www.barriodelcarmen.net/buenaventura/actualitat/columnas/106/1468-de-que-sirve-estar-harto.html
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